¿PARA QUÉ ENSEÑAR LO QUE YA SE SABE?


La obra pedagógica del maestro Carlos A. Carrillo Salvador Moreno

Una pregunta cuya respuesta nunca he podido darme

Todos los niños que concurren a una escuela, hasta los más pequeños, aun los que apenas acaban de ingresar, saber decir muy bien: Me comí una naranja, me comí dos naranjas; compré un pizarrín, compré dos pizarrines.

Ninguno de ellos dice: Me comí una naranjas; me comí dos naranja; compré un pizarrines; compré dos pizarrín. Tampoco dicen: pizarrín-s ni naranja-es.

Infiero de estos hechos que todos los escolares saben la manera de formar el plural de los nombres, y conocen cuándo han de hacer uso del singular y cuándo del plural. No quiero decir que puedan formular la regla que se sigue para la formación de éste, ni decir en qué casos se emplea cada uno de los números del nombre, pues muchos habrá probablemente que ignoren hasta la significación de las palabras: consonante, vocal breve, sílaba, singular, plural y número. Pero, sí saben hacer la cosa, ¿qué importa que no sepan explicar cómo se hace?

Los maestros, sin embargo, desentendiéndose de las verdades anteriores, toman muy a lo serio la tarea de enseñar a sus alumnos las reglas para la formación del plural y para el uso de ambos números. ¿Para qué les enseñan lo que ya saben? He aquí una pregunta que nunca he podido responder.

Todos los niños de edad escolar saben decir muy bien: Esta mañana me corté la mano, esta noche me la curaré: ayer cené en casa de mi tío, mañana cenaré con Luis.

A ningún alumno, aun de los más pequeños, le he oído decir nunca: Ayer cenaré en casa de mi tío, mañana cené con Luis; ni tampoco: esta mañana cortarme la mano, esta noche me la curar. Tales barbarismos sólo se oyen de labios extranjeros que mascullan el castellano.

Aplicando la reflexión a los hechos citados, saco en consecuencia que todos los alumnos saber formar el futuro y el pretérito perfecto de los verbos, y usarlos convenientemente. Y como lo mismo que digo de estos dos tiempos es aplicable a otros, puedo afirmar que los chicos saber conjugar desde antes que entran a la escuela. No podrán formular las reglas a que se ajustan la formación de las personas, números y tiempos verbales, porque ignoran lo que es radical y terminación; tiempo, persona y número: pretérito, presente y futuro; pero, ¿qué importa, vuelvo a repetir, que no sepan decir cómo se hace una cosa, si la sabe hacer, que es lo que se necesita?

Pero los maestros no entienden de esto: ellos han de enseñar a conjugar salga derecho o tuerto, porque si no, no están contentos. Inútilmente me devano de sesos inquiriendo qué provecho sacan los niños de que les enseñen lo que ya ellos saben; no doy con él. Es una pregunta cuya respuesta nunca he podido darme.

Ya empezará a cansar al lector este estribillo; pero le ruego que me tenga paciencia y apure el artículo hasta el fin. Realmente estamos delante de un abuso de los más inveterados y tenaces, que exige que repitamos cien veces en los mismo términos que es un absurdo muy absurdo el que se practica en las escuelas en punto a enseñanza gramatical.

Todos los niños, a lo menos todos cuantos yo he oído, dicen mucho antes de pisar la escuela: el sillón bonito, la casa bonita; los sillones bonitos, las mesas bonitas.

Nunca he oído decir a ninguno: sillón bonita ni bonitos; mesa bonitos ni bonitas. Casi me mortifica tener que escribir verdades tan triviales.

Estas frases de los niños prueban con evidencia que ellos saben muy bien que el adjetivo y el sustantivo concuerdan en género y número.

¿Para qué, entonces, el maestro pierde el tiempo en enseñarles esta regla de concordancia? ¿Para qué será? ¿Para qué? Francamente, no encuentro la respuesta.

¿Y para qué les enseñará también que el verbo concierta con su sujeto en número y persona? ¿Qué niño hay que diga: los caballos come o los caballos comemos?

¿Y muchas de las reglas relativas al género de los nombres , para qué las enseñará?

¿Y la declinación de los pronombres personales, para qué?

¿Y las conjugaciones de los verbos auxiliares, para qué?

¿Y las concordancias de artículo y nombre, para qué?

¿Y las de antecedente y relativo?

¿Y todo lo que ya sabe el niño, en suma, para qué se enseñará?

El cervecero de aquí enfrente, ¿para qué ha de aprender a hacer cerveza, si ya sabe hacerla, y la hace de gusto muy delicado?

El zapatero ya diestro en hacer zapatos, ¿para qué ha de aprender la teoría, si ya tiene la práctica, que es mejor?

Yo ruego mucho a los maestros, que rumien estas verdades muy despacio, y cuando estén persuadidos de ellas, les ruego que las pongan en práctica. Esto último lo ruego más encarecidamente todavía. (Noviembre 12 de 1887).

Fuente:
http://ses4.sep.gob.mx/dg/dgespe/aporta/carrillo/carrillo_2_1.htm